Octava Carta de la Presidencia
23 de octubre de 2025
Estimadas amigas, estimados amigos,
En el avance continuo de nuestro Mutirão Global contra el cambio climático, la Presidencia de la 30ª sesión de la Conferencia de las Partes (COP30) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) presenta su octava carta a la comunidad internacional, esta vez dedicada al tema vital de la adaptación climática.
En esta carta, invito a las Partes y demás actores a reflexionar sobre la adaptación bajo una nueva perspectiva: como el próximo paso en la evolución humana.
A medida que la era de las alertas da lugar a la era de las consecuencias, la humanidad se enfrenta a una verdad profunda: la adaptación climática ha dejado de ser una opción posterior a la mitigación; es una parte esencial de nuestra supervivencia. En cada momento decisivo de nuestra evolución, nuestra especie conquistó su lugar en este planeta a través de la adaptación: aprendiendo, innovando y transformando las propias condiciones de la vida. Adaptarse siempre ha exigido el coraje de abandonar lo que ya no nos sirve, preservando al mismo tiempo aquello que nos define.
Hoy, esta verdad evolutiva vuelve a revelarse con urgencia. La biología evolutiva confirma lo que la sabiduría ancestral siempre ha reconocido: la supervivencia nunca ha pertenecido únicamente a los más fuertes, sino a los más cooperativos, aquellos capaces de cultivar relaciones simbióticas que sostienen la vida en equilibrio. La cooperación ha sido la esencia de nuestra humanidad en el proceso de selección natural.
Como afirma el presidente Lula, la COP30 será la COP de la verdad, en la que se pondrá a prueba nuestra capacidad de dejar de lado las diferencias y enfrentar la crisis climática como la amenaza existencial que representa. La cooperación debe volver a emerger como el principio organizador de la respuesta global. Nuestra capacidad para implementar las disposiciones sobre adaptación de la CMNUCC y del Acuerdo de París, mediante una cooperación internacional fortalecida, determinará si somos capaces no solo de sobrevivir, sino de convertirnos en la mejor versión de la humanidad: una humanidad basada en la dignidad, la justicia y la solidaridad.
Desde el objetivo último de la Convención hasta la meta de largo plazo del Acuerdo de París relativa a la resiliencia; desde el Objetivo Global de Adaptación (GGA) hasta los Planes Nacionales de Adaptación (NAP), la COP30 debe ser la COP de la adaptación. La ambición y la acción en materia de adaptación serán esenciales para que, en Belém, podamos avanzar en tres prioridades: (i) fortalecer el multilateralismo; (ii) acercar el régimen climático a la vida cotidiana de las personas; y (iii) acelerar la implementación climática.
Un precedente peligroso en la evolución humana
En mi primera carta mencioné que estamos ingresando en una era peligrosa, en la que los ricos —tanto en países desarrollados como en desarrollo— se aíslan detrás de muros resilientes al clima, mientras los pobres permanecen expuestos. Un futuro así debe ser rechazado de inmediato. Es antiético, inmoral y, en última instancia, autodestructivo, pues corroe la cooperación misma que hizo posible la evolución humana. Aun así, ya vemos señales de este escenario distópico emergiendo como tendencia.
Datos inéditos del Índice Global de Pobreza Multidimensional 2025, publicados por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo el 17 de octubre, revelan que 1,1 mil millones de personas —de un total de 6,3 mil millones en 109 países— viven en pobreza multidimensional aguda, y más de la mitad son niños. De esas 1,1 mil millones, 887 millones viven en regiones que ya enfrentan al menos un gran riesgo climático, y 309 millones enfrentan tres o más riesgos simultáneamente. La empatía nos obliga a ver las vidas humanas detrás de esos números: pequeños y microemprendedores que pierden sus negocios y sueños, familias desplazadas por inundaciones, agricultores que ven secarse sus campos, niños que caminan kilómetros en busca de agua.
Sin adaptación, el cambio climático se convierte en un multiplicador de la pobreza, destruyendo medios de vida, desplazando trabajadores y profundizando el hambre. A medida que los impactos se intensifican, la inacción deja de ser una falla técnica para convertirse en una elección política sobre quién vive y quién muere. El filósofo africano Achille Mbembe definió esta lógica como “necropolítica”: el uso del poder para decidir qué vidas merecen protección y cuáles son consideradas desechables. Como formuladores y actores políticos, también somos responsables de los actos de omisión.
La adaptación es tan vital para la protección de las economías como para la preservación de las vidas humanas. Los desastres relacionados con el clima ya cuestan a África entre el 2% y el 5% del PIB cada año. En los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo (PEID), un solo huracán puede comprometer décadas de progreso, como demostró la devastación causada por el ciclón Freddy en partes del océano Índico y Africa. En los Países Menos Adelantados (PMA), las sequías e inundaciones recurrentes —del Sahel al Cuerno de África y al Sudeste Asiático— comprometen la seguridad alimentaria, presionan las finanzas públicas y revierten arduos logros de desarrollo. En los países de América Latina, los impactos climáticos también han agravado las desigualdades y aumentado las vulnerabilidades.
Estas no son solo crisis ambientales; son alertas fiscales, fracturas sociales y riesgos sistémicos para la estabilidad global. La inacción frente a la adaptación desencadena inestabilidad con repercusiones globales a mediano y largo plazo. Al mismo tiempo, los recursos nacionales que podrían destinarse a transiciones bajas en carbono y resilientes al clima se consumen cada vez más en respuestas de emergencia. A medida que las brechas de adaptación se amplían, el peso creciente de las pérdidas y daños reduce aún más el espacio fiscal para inversiones a largo plazo, especialmente en los países en desarrollo.
Adaptación: subfinanciada y subestimada
En los últimos meses he escuchado voces de todos los sectores de la sociedad: comunidades indígenas, científicos, economistas, sociedad civil, alcaldes, pequeños agricultores, emprendedores, aseguradoras, jóvenes y servidores públicos. Este proceso de aprendizaje incluyó diálogos inspiradores en el marco del Balance Ético Global, conducido por la ministra Marina Silva. Desde América Latina y África hasta el Pacífico y el Sudeste Asiático, la movilización crece: energías renovables, reformas políticas, soluciones basadas en la naturaleza e iniciativas comunitarias de adaptación se están multiplicando.
Un mensaje único resuena en todas partes: un llamado a la urgencia y a resultados concretos en adaptación en la COP30. La gente no habla en siglas; habla de casas inundadas y cosechas perdidas, de economías locales en colapso tras tormentas, de escuelas y hospitales destruidos, de mujeres liderando las respuestas comunitarias. Detrás de cada historia está la misma realidad: los impactos climáticos están erosionando logros de desarrollo, ampliando desigualdades y empujando a millones de personas nuevamente a la pobreza.
Debemos romper este círculo vicioso. La adaptación no es una alternativa al desarrollo: es la esencia misma del desarrollo sostenible en un mundo afectado por el cambio climático. Fortalece la estabilidad fiscal, reduce los riesgos de inversión y aumenta la productividad. Cada carretera resiliente, cada escuela adaptada al clima, cada sistema de alerta temprana se paga por sí mismo en pérdidas evitadas. El Banco Mundial estima que las medidas robustas de adaptación pueden generar hasta cuatro veces su costo en beneficios económicos. El financiamiento para la adaptación, por tanto, no debe verse solo como asistencia.
A pesar de los compromisos sucesivos, el financiamiento para la adaptación sigue representando menos de un tercio del total del financiamiento climático, muy por debajo de las necesidades. La falta crónica de inversiones deja a los países vulnerables, obligándolos a desviar recursos escasos de salud, educación e infraestructura hacia respuestas de emergencia. El desequilibrio entre mitigación y adaptación debilita la resiliencia colectiva y perpetúa desigualdades estructurales. Muchas comunidades ya desarrollan iniciativas locales de adaptación, pero estos esfuerzos suelen estar poco reconocidos, subfinanciados y desconectados de la planificación nacional.
Elevar la adaptación – en todos los niveles
El desarrollo sostenible y la lucha contra la pobreza, el hambre y las desigualdades son indispensables para la adaptación, pues la cohesión social y las instituciones sólidas son los mayores motores de la resiliencia. Aunque muchos países y comunidades ya están haciendo la transición hacia economías bajas en carbono y sostenibles, el surgimiento de una economía de la adaptación, capaz de trazar nuevos caminos hacia un crecimiento y desarrollo positivos para el clima, aún está por emerger. Se requieren esfuerzos adicionales para integrar plenamente la adaptación en la amplia transición económica que todos enfrentamos, garantizando que los comportamientos preventivos y la resiliencia permanezcan en el centro de las políticas económicas, de las prácticas de compras públicas y de los nuevos mecanismos de incentivos financieros. Las soluciones basadas en la naturaleza y las sinergias entre clima y biodiversidad pueden acelerar ese cambio: invertir en bosques, humedales, manglares y otros ecosistemas protege la naturaleza y fortalece economías resilientes e inteligentes frente al clima.
Elevar la adaptación también exige una combinación estratégica de instrumentos financieros y una cooperación internacional más sólida. En mis viajes, he escuchado repetidamente que acelerar el financiamiento para la adaptación es esencial para proteger comunidades y garantizar logros de desarrollo, y que este financiamiento debe no solo duplicarse, sino incluso triplicarse para atender las necesidades urgentes. Las subvenciones y los préstamos concesionales siguen siendo fundamentales para todos los países, especialmente aquellos con espacio fiscal limitado, incluso para el desarrollo e implementación de los Planes Nacionales de Adaptación (NAP).
Aliento a los países e instituciones a aumentar la cantidad y la calidad del financiamiento para la adaptación, asegurando que llegue a los más vulnerables. Para los países desarrollados, el financiamiento de la adaptación es una inversión inteligente que genera estabilidad global y beneficios domésticos. Para los países en desarrollo, la adaptación ofrece resultados capaces de atraer inversiones y evitar costos mucho mayores en el futuro: salva vidas, protege empleos, resguarda la infraestructura y reduce desigualdades. Además, prepara a estos países para realizar sólidos esfuerzos de mitigación.
También he escuchado preocupaciones sobre la ampliación del papel del sector privado en el financiamiento de la adaptación. Estas preocupaciones deben considerarse al mismo tiempo que exploramos enfoques innovadores —como garantías y financiamiento combinado (blended finance)— para reducir riesgos de inversión y atraer capital hacia infraestructura resiliente, sistemas alimentarios y seguridad hídrica.
Los bonos de resiliencia soberanos y subnacionales están canalizando ahorros internos hacia prioridades; los canjes de deuda por resiliencia (debt-for-resilience swaps) y los seguros contra pérdidas y daños alivian presiones fiscales y aceleran la recuperación; el financiamiento basado en resultados (results-based finance) y los fondos rotatorios (revolving funds) aumentan la rendición de cuentas y garantizan impactos duraderos. Las plataformas nacionales y los Planes de Prosperidad Climática ayudan a alinear inversiones con estrategias nacionales. Los bancos multilaterales de desarrollo, las instituciones nacionales de desarrollo y los fondos climáticos —incluidos el Fondo Verde para el Clima, el Fondo para los Países Menos Adelantados, los Fondos de Inversión Climática y el Fondo de Adaptación— desempeñan papeles centrales en la aplicación de estos instrumentos y en su alineación con las prioridades nacionales.
La adaptación eficaz depende igualmente de una gobernanza multinivel sólida, capaz de conectar los compromisos globales con las realidades locales. Los municipios y gobiernos estaduales están en la primera línea y suelen ser los primeros en responder. Sienten la presión diaria cuando hay escasez de alimentos o de agua, o cuando las olas de calor saturan los servicios de salud. Su liderazgo es esencial para transformar compromisos en protección concreta para comunidades, pequeños negocios, infraestructura y medios de vida. Integrar la adaptación en los planes de desarrollo local, garantizando capacidad y financiamiento para las autoridades subnacionales, hace la acción más eficaz, participativa y centrada en las personas.
Un punto de inflexión para la adaptación en la COP30
Como señalé en mi primera carta, un gran punto de inflexión en adaptación en la COP30 es esencial para alinear el régimen climático con la vida real de las personas, al mismo tiempo que refuerza el multilateralismo y acelera la implementación del Acuerdo de París.
La COP30 marca la primera Conferencia de las Partes con el ciclo de políticas del Acuerdo de París en plena ejecución. Doy la bienvenida al informe del secretariado de la CMNUCC del 21 de octubre sobre el progreso en la formulación e implementación de los Planes Nacionales de Adaptación, que muestra una transición decisiva de la fase de planificación a la de consolidación e implementación. Este panorama puede ayudar a la transición del régimen climático de la negociación a la acción, reconociendo tanto los avances como las brechas, y aprovechando el primer Balance Global mientras nos preparamos para el segundo, que concluirá en 2028. Al 30 de septiembre de 2025, 144 países países en desarrollo habían iniciado y lanzado el proceso de NAP, y 67 países en desarrollo —incluidos 23 PMA y 14 PEID— habían presentado sus planes ante la CMNUCC, junto con 11 países desarrollados. Felicito a esos países e invito a otros a sumarse a esta corriente creciente de resiliencia colectiva, porque nuestra comunidad internacional es tan fuerte como su eslabón más débil.
Tomando como referencia la síntesis de los NAP, diversos temas de adaptación estarán en el centro de la COP30: (i) concluir la evaluación del progreso de los NAP, examinando los resultados y acordando los próximos pasos; (ii) avanzar en la Hoja de Ruta de Baku para la Adaptación (BAR) con el fin de acelerar la implementación del Objetivo Global de Adaptación (GGA) mediante acciones concretas; (iii) aclarar cómo cerraremos colectivamente la brecha de financiamiento para la adaptación; y (iv) cumplir con el GGA y su operacionalización a través del Programa de Trabajo Emiratos Árabes Unidos–Belém, con indicadores concretos y medibles para dar seguimiento al aumento de la capacidad adaptativa, el fortalecimiento de la resiliencia y la reducción de la vulnerabilidad. El GGA no es solo un tema de negociación: es una brújula económica y moral. Nos orienta a actuar juntos, a escalar los éxitos locales al nivel global y a integrar la adaptación en las políticas nacionales y en la planificación fiscal. Los ministros de Hacienda y los bancos de desarrollo deben tratar la adaptación como un instrumento central de política, no como un acto de caridad.
Más allá de las negociaciones, la Agenda de Acción Climática de la COP30 debe presentar soluciones concretas para que Belém también sea recordada como la COP de la implementación de la adaptación. Invitamos a todas las iniciativas a traer sus mejores soluciones y el más alto nivel de ambición para cerrar brechas en políticas y prácticas —por ejemplo, en salud, seguridad alimentaria, gestión del agua, financiamiento para la adaptación, ciudades y regiones, infraestructura, micro y pequeñas empresas, entre otros.
La COP30 ocurre en el epicentro de la crisis climática. Sin embargo, de las aguas que avanzan y de los cielos que se transforman surge una fuerza más profunda: la determinación de las personas por proteger lo que aman. En Belém, honremos esa determinación y transformémosla en una agenda global guiada por el cuidado, no por la indiferencia; por la interdependencia, no por el individualismo; por el coraje, no por la resignación. En Belém, donde los ríos encuentran el mar, renovemos la alianza entre la humanidad y la naturaleza, transformando vulnerabilidad en solidaridad, cooperación en resiliencia y adaptación en evolución. Cambiando por elección, juntos.
André Aranha Correa do Lago
Presidente designado de la COP30
